Creo que nadie parte de cero para ser profesor de lenguas
extranjeras. Todos tenemos una o más lenguas maternas (en mi caso, el
castellano y el gallego) y, aunque sean las únicas que conozcamos, podemos
reflexionar y apoyarnos en cómo las hemos aprendido para enseñarlas a otras
personas. Pero además lo más probable es que también hayamos estudiado otro/s
idioma/s (en mi caso es el inglés), y reflexionar acerca de nuestro proceso de
aprendizaje (incluyendo los errores y aciertos que creemos que han tenido
lugar, tanto por nuestra parte como por la de nuestros profesores) puede
permitirnos idear formas de abordar la enseñanza del español para que otros la
asimilen de la mejor forma.
El mejor profesor que he tenido a lo largo de mi trayectoria
como estudiante de inglés es un vivo ejemplo de que nadie parte de cero a la hora
de enseñar una lengua, y menos si es la propia. Un joven irlandés que, en aquel
momento, tenía unos 25 años. No tenía estudios superiores y antes de venir a
España trabajaba como obrero de la construcción. Basaba sus clases en la
conversación y el debate, muchas veces sobre la base de aspectos de su propia
cultura, y lograba que resultasen muy dinámicas porque proponía actividades
diferentes cada día, todas ellas enfocadas a tratar de que nos expresásemos
con la soltura que lo haríamos en español; pero creo que, sobre todo, lo que hacía que las clases discurriesen con facilidad y dinamismo, era su carácter relajado y espontáneo y su confianza en sí mismo (incluso cuando no era capaz de dar una respuesta clara a alguna pregunta). Disfrutaba tanto de aquellas clases
que las recuerdo más como encuentros entre amigos-casi desconocidos que clases
en sí.
De las diferentes habilidades lingüísticas, la que menor
dificultad conlleva para mí ahora mismo es la conversación. Antes de vivir casi
un año en países anglosajones era probablemente una de las más complicadas,
pero desde que viví esa experiencia se ha producido una transformación en ese
sentido, que además no he dejado de potenciar, asistiendo semanalmente a clases de conversación. Lo
mismo me ocurre con la lectura y la comprensión de lo que escucho en inglés. Sin
embargo en inglés escrito me pasa exactamente lo contrario. Creo que tanto la
facilidad en unos aspectos como la dificultad en otros se debe, al menos en mi
caso, al hecho de que practico unos y apenas practico el otro, pero también a que me siento mucho más motivada para ver películas, leer y conversar con otras personas en inglés que para redactar un texto acerca de un tema cualquiera. Supongo que parte del problema es la dificultad para recibir una corrección de ese texto que escriba, ya que no asisto a clases de inglés propiamente dichas (sólo de conversación) en las que me encarguen trabajos escritos, por ejemplo.
Creo que las actividades más útiles para aprender son aquellas
que parten del interés del alumno y utilizan sus motivaciones para, además de
ayudarle a aprender, lograr que se interese por su propio proceso de
aprendizaje. Así destacaría: intercambiar información con un compañero para
completar una tarea (siempre y cuando esta actividad se base en la existencia
de un vacío comunicativo), ver fragmentos de películas (pero más que por el
fragmento en sí mismo como una forma de tratar de que el alumno vea la película
completa; de hecho creo que lo ideal sería ver películas completas, no
fragmentos, una cada mes o cada dos meses), escuchar canciones (y tratar de
transcribir las letras y comprender qué dicen), hacer dramatizaciones
(role-plays). Además, creo que es importante escribir redacciones, pues la
escritura pone en marcha todo un proceso de auto-reflexión, auto-aprendizaje y
auto-evaluación que creo que es muy importante para el estudio y asimilación de
una lengua.
Finalmente, creo que la autoevaluación es esencial para que el alumno se implique en su proceso de aprendizaje. Sin embargo, a hora de escoger un tipo de evaluación me quedaría con la formativa, ya que permite al profesor un seguimiento del nivel del alumno en relación a los
objetivos del curso, y posibilita que el propio alumno se autoevalúe, ya que si
conoce los objetivos concretos que debe alcanzar, también sabrá discriminar
aquellos que ha alcanzado y aquellos que todavía no. Al mismo tiempo, facilita
que tanto el profesor como el alumno dispongan los medios necesarios para
cumplir con los objetivos que todavía no se han cubierto.
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