05 octubre 2013

Declaración personal - Evidencia 1a

(actividad 1, unidad formativa 1, módulo 1)


Creo que nadie parte de cero para ser profesor de lenguas extranjeras. Todos tenemos una o más lenguas maternas (en mi caso, el castellano y el gallego) y, aunque sean las únicas que conozcamos, podemos reflexionar y apoyarnos en cómo las hemos aprendido para enseñarlas a otras personas. Pero además lo más probable es que también hayamos estudiado otro/s idioma/s (en mi caso es el inglés), y reflexionar acerca de nuestro proceso de aprendizaje (incluyendo los errores y aciertos que creemos que han tenido lugar, tanto por nuestra parte como por la de nuestros profesores) puede permitirnos idear formas de abordar la enseñanza del español para que otros la asimilen de la mejor forma.

El mejor profesor que he tenido a lo largo de mi trayectoria como estudiante de inglés es un vivo ejemplo de que nadie parte de cero a la hora de enseñar una lengua, y menos si es la propia. Un joven irlandés que, en aquel momento, tenía unos 25 años. No tenía estudios superiores y antes de venir a España trabajaba como obrero de la construcción. Basaba sus clases en la conversación y el debate, muchas veces sobre la base de aspectos de su propia cultura, y lograba que resultasen muy dinámicas porque proponía actividades diferentes cada día, todas ellas enfocadas a tratar de que nos expresásemos con la soltura que lo haríamos en español; pero creo que, sobre todo, lo que hacía que las clases discurriesen con facilidad y dinamismo, era su carácter relajado y espontáneo y su confianza en sí mismo (incluso cuando no era capaz de dar una respuesta clara a alguna pregunta). Disfrutaba tanto de aquellas clases que las recuerdo más como encuentros entre amigos-casi desconocidos que clases en sí.

De las diferentes habilidades lingüísticas, la que menor dificultad conlleva para mí ahora mismo es la conversación. Antes de vivir casi un año en países anglosajones era probablemente una de las más complicadas, pero desde que viví esa experiencia se ha producido una transformación en ese sentido, que además no he dejado de potenciar, asistiendo semanalmente a clases de conversación. Lo mismo me ocurre con la lectura y la comprensión de lo que escucho en inglés. Sin embargo en inglés escrito me pasa exactamente lo contrario. Creo que tanto la facilidad en unos aspectos como la dificultad en otros se debe, al menos en mi caso, al hecho de que practico unos y apenas practico el otro, pero también a que me siento mucho más motivada para ver películas, leer y conversar con otras personas en inglés que para redactar un texto acerca de un tema cualquiera. Supongo que parte del problema es la dificultad para recibir una corrección de ese texto que escriba, ya que no asisto a clases de inglés propiamente dichas (sólo de conversación) en las que me encarguen trabajos escritos, por ejemplo. 

Creo que las actividades más útiles para aprender son aquellas que parten del interés del alumno y utilizan sus motivaciones para, además de ayudarle a aprender, lograr que se interese por su propio proceso de aprendizaje. Así destacaría: intercambiar información con un compañero para completar una tarea (siempre y cuando esta actividad se base en la existencia de un vacío comunicativo), ver fragmentos de películas (pero más que por el fragmento en sí mismo como una forma de tratar de que el alumno vea la película completa; de hecho creo que lo ideal sería ver películas completas, no fragmentos, una cada mes o cada dos meses), escuchar canciones (y tratar de transcribir las letras y comprender qué dicen), hacer dramatizaciones (role-plays). Además, creo que es importante escribir redacciones, pues la escritura pone en marcha todo un proceso de auto-reflexión, auto-aprendizaje y auto-evaluación que creo que es muy importante para el estudio y asimilación de una lengua.

Finalmente, creo que la autoevaluación es esencial para que el alumno se implique en su proceso de aprendizaje. Sin embargo, a hora de escoger un tipo de evaluación me quedaría con la formativa, ya que permite al profesor un seguimiento del nivel del alumno en relación a los objetivos del curso, y posibilita que el propio alumno se autoevalúe, ya que si conoce los objetivos concretos que debe alcanzar, también sabrá discriminar aquellos que ha alcanzado y aquellos que todavía no. Al mismo tiempo, facilita que tanto el profesor como el alumno dispongan los medios necesarios para cumplir con los objetivos que todavía no se han cubierto.
 

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